El evento
POEMA A LA MUJER
Hizo a la mujer al final del sexto día
Sellando lo creado con perfección
Regalándole a la vida lo más bello que podía
La mujer sin lugar a dudas
Es la mejor creación de Dios
Que triste y vacío sería el vivir
Porque su llegada partió la historia en dos
A través de los siglos han sido atacadas
De muchas maneras tratan de silenciarlas
Porque los machistas que lo hacen reconocen
Que las mujeres con alas, no pueden derribarlas
A las mujeres ancianas
Les quiero decir en este instante
Sus canas no representan lo anticuado
Sino fuente de consejo y palabra edificante
A la mujer adulta, sacerdotisa de su hogar
Les agradezco su inquebrantable dedicación
Su capacidad de amar y su resistencia
Las convierten de la casa, el más bello corazón
Mujeres jóvenes que leen estas palabras
No acepten que ningún Don Juan de perdición
Las enrede con falsa galantería
Ya que consiguiendo lo buscado, efectúan la desaparición
Y a las mujeres en su etapa de niñez
Que iluminan nuestras vidas con ternura y sonrisa
Les animo a no apartar sus ojos de Cristo
Porque cuando crezcan, su amor para ustedes será suave brisa
A las mujeres en general
Les digo con sonrojo y compunción
Por causa de esos hombres que las lastimaron
Como hombre que soy, les pido perdón
Desde pequeño me enseñaron a valorarlas
Cuando estuve solo ustedes me acompañaron
Cuando lagrimas corrieron por mis ojos
Con Dios dentro de ustedes, las secaron
Por eso y más, convencido estoy hasta lo sumo
Que la mejor creación de Dios la mujer es
Porque nada encierra en si tanta belleza
Desde sus primeros días hasta la vejez
Mujeres, ustedes nunca olviden su valor
Porque son bella muestra de que Dios existe
Ya que solo a Él pudo ocurrírsele crearlas y decirles:
“Preciosa mía, sello de la creación tú fuiste”
Princesas… damiselas… hijas de Dios
Su fortaleza me hace decirles en las calles y entre las paredes
Lo que muchos hombres han temido decir:
MIS RESPETOS Y ADMIRACIÓN, EL SEXO FUERTE SON USTEDES
Autor: Ariel Sierra Casanova.
Aferrándose a la vida
El viento era impetuoso, más de lo acostumbrado. Los
ventanales se estremecían y Daniel no parecía inmutarse. Desde su juventud fue
conocido como el hombre sin miedo. Las alturas en lugar de atemorizarle eran
sinónimo de belleza y éxtasis.
Las escasas oportunidades laborales no influyeron en
él para aceptar el estar a 50 metros del suelo, limpiando los vidrios de aquel
reconocido edificio.
De pronto sucedió lo inesperado. Uno de los piñones de
la estructura que lo sostenía cedió, lo cual hizo que Daniel perdiera el
equilibrio. Con una maniobra recursiva evitó caer al vacío, sostenido por el
arnés que lo aseguraba.
Justo cuando pensó que lo peor había pasado, una de
las guayas crujió y un par de tuercas y tornillos salieron disparados. El lado
izquierdo de la cabina metálica quedó inclinado haciendo que el peso fuese
inestable. La caída era inminente.
Pensamientos por caudales atravesaron su mente, tantos
que su cordura divagó y el tiempo dejó de ser tiempo para convertirse en un
exhalar donde no hay diferencia entre lo real y lo ficticio.
Recordó las palabras de su esposa cuando en la mañana
le preguntó: “¿me amas?” y él no respondió porque en ese instante leía en el
diario una noticia corriente que a pocos ha de importar.
“¿Por qué no le dije que la amo si cada mañana al
despertar me siento el hombre más afortunado del mundo por verla allí, a mi
lado?” Pensó.
- Amigo,
¿está en problemas? – preguntó un hombre vestido de enfermero en la azotea.
“No, para nada. Estoy inventando un nuevo deporte
extremo.” quiso decir Daniel, más no lo hizo.
Un grupo de personas abajo se percató de lo que estaba
sucediendo y alertaron a los transeúntes.
- No
sé qué pasó. Siempre hacemos mantenimiento y todo estaba bien – contestó el
limpiador de vidrios.
- ¿Cómo le ayudo, llamo
a emergencias?
- No
creo que quede mucho tiempo así que mejor busque una cuerda allá arriba. ¿podrá
usted con mi peso? (Daniel era de buen comer)
- Padezco
de hernia umbilical pero aunque me destroce las entrañas no lo dejaré morir.
El enfermero buscó por toda la azotea y no encontró
cuerda alguna. El tiempo ahora se convertía en un enemigo implacable y la
angustia se dibujaba más y más en su rostro. De pronto una idea retumbo
en su ser. Bajó tres pisos por las escaleras y entró a casa de su suegra y tomó
dos sábanas. Las amarró con un prodigioso nudo mientras subía de nuevo.
El joven trabajador del sector de la salud deslizó un
extremo de la sábana. Un segundo antes de hacerlo el viento decidió
partir a otro lugar donde no fuese perjudicial.
Daniel soltó su arnés y tomó la sabana, como un bebe
cuando sostiene por primera vez el dedo de su madre. Con firmeza, como
aferrándose a la vida.
Con un esfuerzo radical el enfermero ayudó a aquel
necesitado a subir. La euforia no se hizo esperar y paso seguido se fundieron
en un abrazo cargado de gratitud infinita.
- Gracias,
muchas gracias – expresó Daniel radiante de felicidad – siento que he vuelto a
nacer.
- Tranquilo,
solo estuve en el momento indicado en el lugar preciso.
- Es
usted un héroe amigo mío. Estuve a punto de morir. Y si hay alguien que valora
la vida soy yo. La vida es hermosa y soy un privilegiado por seguir aquí.
Se presentaron formalmente e intercambiaron números de
celular. Daniel salió raudo y veloz a su casa a ver a su esposa. Tenía más de
un billón de “te amos” por decir.
El enfermero suspiró. Derramó una lágrima que fue
seguida por otras más. De pronto el celular del enfermero sonó con un
timbre estruendoso. Vaciló unos momentos y con voz entrecortada respondió:
- Aló.
- Mi
amor, ¿Dónde estás? ¡Dímelo por favor! - dijo la esposa del enfermero
notablemente angustiada.
- Estoy
en el edificio donde vive tu madre.
- Acabo
de leer tu mensaje. Tenía el celular descargado. Estoy muy preocupada por ti.
Amor, por favor, no vayas a cometer ese error de acabar con tu vida. No todo
está perdido, yo estoy contigo para afrontar todo lo que venga. Juntos
vamos a vencer cualquier obstáculo por más amenazador que parezca.
- Lo
sé, perdóname por siquiera considerar actuar con tanta cobardía.
- No
te preocupes. Voy para allá. No olvides que la vida es un tesoro y que por muy
grandes que parezcan los problemas vale la pena vivir.
- Es
cierto, hace unos minutos atrás lo comprobé. Soy un privilegiado por seguir
aquí.
Fin
Eres bella
Por Ariel Sierra Casanova
LA CIMA
Una paloma blanca llegó a un lote abandonado. Su
apariencia reflejaba melancolía inevitable a causa de un quebranto de salud.
Lagrimas llenas de ternura se hicieron uno con aquel árido lugar que en tiempos
de antaño era conocido como un paraíso celestial.
- El tiempo sin lluvias ha cesado – dijo un
gusano emergiendo justo del sitio donde la primera lagrima se había plantado.
No tardó el gusano en darse cuenta que era la glamorosa ave la que había
derramado su alma a través de sus ojos.
- ¿Cómo puede un ser de tal belleza radiante
expresar esa congoja en sus ojos?
- Mi salud se ha visto afectada - afirmó la paloma sin mirar a su
interlocutor - y no tener control de los eventos aumenta sin remedio los
pesares y padecimientos. El laberinto de la vida absorbe mis anhelos y me
pregunto de donde vendrá mi consuelo.
El gusano de inmediato reconoció la
circunstancia. No era un Déja Vu. Ya lo había vivido. Suspiró, sonrió y miró al
cielo. Con mirada punzante, con la certeza de esgrimir acerca de algo conocido
expresó:
“Si tan solo miraras el firmamento leerías con
tu corazón el mensaje de un pergamino que se extiende desde la eternidad hasta
la eternidad. Donde la debilidad se transforma en fortaleza. Donde lo vil y
menospreciado se hace digno y admirable. Donde una sonrisa empieza en el
oriente y termina en el occidente resplandeciendo un amor capaz de alumbrar en
cada rincón en que los sueños han dejado de germinar a causa de los afanes de
la vida. Cátedras puedo brindar de las incontables veces en que bajé la cabeza
donde pensé que no habría futuro de un presente donde el pasado me lastimó.
Gusano soy, no lo negaré. Pero recuerdo las palabras guiadas por el viento, ese
que en el principio se paseaba sobre las aguas, que me anunciaban una crisálida
donde lo insignificante quedaría atrás, para emerger lo que siempre habitó en
lo más profundo de mí ser. Ese día mis alas adornadas por un pincel colosal, me
llevarán a la cima de un árbol frondoso donde seguramente veré a aquella ave
que un día lloró en un lote abandonado.”
La paloma derramó una lágrima, de felicidad en
esta ocasión. De inmediato sus quebrantos de salud huyeron cual gacela que huye
del mas diestro cazador. Con un brillo especial en sus ojos extendió sus alas y
con el sello del gozo que distingue al que ha vencido, esbozó al partir:
“La cima nos espera… no tardes”
FIN
Por Ariel Sierra Casanova