Aferrándose a la vida


El viento era impetuoso, más de lo acostumbrado. Los ventanales se estremecían y Daniel no parecía inmutarse. Desde su juventud fue conocido como el hombre sin miedo. Las alturas en lugar de atemorizarle eran sinónimo de belleza y éxtasis.

Las escasas oportunidades laborales no influyeron en él para aceptar el estar a 50 metros del suelo, limpiando los vidrios de aquel reconocido edificio.

De pronto sucedió lo inesperado. Uno de los piñones de la estructura que lo sostenía cedió, lo cual hizo que Daniel perdiera el equilibrio. Con una maniobra recursiva evitó caer al vacío, sostenido por el arnés que lo aseguraba.

Justo cuando pensó que lo peor había pasado, una de las guayas crujió y un par de tuercas y tornillos salieron disparados. El lado izquierdo de la cabina metálica quedó inclinado haciendo que el peso fuese inestable. La caída era inminente.

Pensamientos por caudales atravesaron su mente, tantos que su cordura divagó y el tiempo dejó de ser tiempo para convertirse en un exhalar donde no hay diferencia entre lo real y lo ficticio.

Recordó las palabras de su esposa cuando en la mañana le preguntó: “¿me amas?” y él no respondió porque en ese instante leía en el diario una noticia corriente que a pocos ha de importar.

“¿Por qué no le dije que la amo si cada mañana al despertar me siento el hombre más afortunado del mundo por verla allí, a mi lado?” Pensó.

-          Amigo, ¿está en problemas? – preguntó un hombre vestido de enfermero en la azotea.

 

“No, para nada. Estoy inventando un nuevo deporte extremo.” quiso decir Daniel, más no lo hizo.

 

Un grupo de personas abajo se percató de lo que estaba sucediendo y alertaron a los transeúntes.

-          No sé qué pasó. Siempre hacemos mantenimiento y todo estaba bien – contestó el limpiador de vidrios.

- ¿Cómo le ayudo, llamo a emergencias?

-          No creo que quede mucho tiempo así que mejor busque una cuerda allá arriba. ¿podrá usted con mi peso? (Daniel era de buen comer)

-          Padezco de hernia umbilical pero aunque me destroce las entrañas no lo dejaré morir.

El enfermero buscó por toda la azotea y no encontró cuerda alguna. El tiempo ahora se convertía en un enemigo implacable y la angustia se dibujaba más y más en su rostro.  De pronto una idea retumbo en su ser. Bajó tres pisos por las escaleras y entró a casa de su suegra y tomó dos sábanas. Las amarró con un prodigioso nudo mientras subía de nuevo.

El joven trabajador del sector de la salud deslizó un extremo de la sábana.  Un segundo antes de hacerlo el viento decidió partir a otro lugar donde no fuese perjudicial.

Daniel soltó su arnés y tomó la sabana, como un bebe cuando sostiene por primera vez el dedo de su madre. Con firmeza, como aferrándose a la vida.

Con un esfuerzo radical el enfermero ayudó a aquel necesitado a subir. La euforia no se hizo esperar y paso seguido se fundieron en un abrazo cargado de gratitud infinita.

-          Gracias, muchas gracias – expresó Daniel radiante de felicidad – siento que he vuelto a nacer.

-          Tranquilo, solo estuve en el momento indicado en el lugar preciso.

-          Es usted un héroe amigo mío. Estuve a punto de morir. Y si hay alguien que valora la vida soy yo. La vida es hermosa y soy un privilegiado por seguir aquí.

Se presentaron formalmente e intercambiaron números de celular. Daniel salió raudo y veloz a su casa a ver a su esposa. Tenía más de un billón de “te amos” por decir.

 

El enfermero suspiró. Derramó una lágrima que fue seguida por otras más. De pronto el celular del enfermero sonó con un timbre estruendoso. Vaciló unos momentos y con voz entrecortada respondió:

 

-          Aló.

-          Mi amor, ¿Dónde estás? ¡Dímelo por favor! - dijo la esposa del enfermero notablemente angustiada. 

-          Estoy en el edificio donde vive tu madre.

-          Acabo de leer tu mensaje. Tenía el celular descargado. Estoy muy preocupada por ti. Amor, por favor, no vayas a cometer ese error de acabar con tu vida. No todo está perdido, yo estoy contigo para afrontar todo lo que venga. Juntos vamos a vencer cualquier obstáculo por más amenazador que parezca.

-          Lo sé, perdóname por siquiera considerar actuar con tanta cobardía.

-          No te preocupes. Voy para allá. No olvides que la vida es un tesoro y que por muy grandes que parezcan los problemas vale la pena vivir.

-          Es cierto, hace unos minutos atrás lo comprobé. Soy un privilegiado por seguir aquí.

 

Fin


  Por Ariel Sierra Casanova

  
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