El castor y la castora se
encontraban disfrutando de los beneficios maravillosos al vivir en el lugar más
hermoso del mundo: el paraíso del Edén. De un momento a otro comenzaron una
acalorada discusión.
-
¿Pero qué dices preciosa? Es notorio que entre
los dos tú te haces notar mucho más debido a tu belleza.
-
No estoy de acuerdo contigo amado castor. ¿No te
has visto reflejado en el rio que atraviesa el paraíso? Eres más hermoso que
yo, sin duda.
-
No entiendo si eres tan lista e inteligente te
atreves a decir tal cosa. Tu personalidad es tan especial que al llegar a
cualquier lugar haces que la atmosfera cambie y resalte ante el brillo especial
de tus ojos.
-
Cualquiera que te escuche diría que estás
hablando de ti mismo. Eres un instrumento de paz y amor. Si hablamos de
personalidad te llevas todos los honores.
La querella se vio interrumpida
por la imagen de un ser que era distinto a todos los demás habitantes del
planeta.
El castor dijo: “Preciosa,
¿recuerdas el nombre de aquel que se encuentra allá?
-
No… no lo recuerdo – dijo la castora frunciendo
el ceño – creo que le dicen hombre pero no tengo presente como se llama, y es
paradójico ya que fue precisamente él quien nos dio nombres a las criaturas del
cielo, la tierra y el mar.
-
Ese personaje despierta muchas inquietudes en
mí. ¿Por qué es tan extraño y tan diferente a los demás?
Ambos hicieron una pausa y
guardaron un silencio sepulcral por un par de minutos.
-
¡Mira! – expresó la castora en medio de una
exhalación – ha caído rendido al suelo. Se ha desmayado.
-
A lo mejor estará agotado y sucumbió. Le hará
bien dormir un poco. Ha trabajado arduo y parejo.
-
Así es. Vayamos a dar un paseo, amado mío.
El castor tomó con delicadeza la
mano de la castora, le dio un cálido beso en la mejilla e hincando la cabeza de
presunción y felicidad se dispuso a dar una vuelta por el glamoroso jardín
junto al mejor regalo que el Creador pudo entregarle.
De pronto algo le motivó a ambos
a mirar atrás al sitio donde yacía dormido el ser extraño para ellos. Al mismo
tiempo abrieron sus bocas llenos de asombro y perplejidad.
-
¡Amada, mira eso. Dime que mis ojos no me
engañan!
-
No te engañan, yo también lo veo. Del costado
del hombre están emergiendo unos brazos delicados.
-
Es cierto, quizás necesitaba más brazos para
ejercer mejor su tarea.
-
Pero no es todo. Veo una frondosa y bella
cabellera.
-
Si. Vaya que es preciosa. Pero… no es solo una
cabellera. Es… es…
-
¡Maravilloso! Que espectáculo estamos
presenciando. Un ser similar a él ha salido de su costilla. ¿Notas el halo de
luz que la rodea? Viene del firmamento.
-
Yo había escuchado que el hombre vino del polvo
de la tierra, algo inerte. Pero este nuevo ser nace ahora de algo vivo. Sin duda
eso hará de ella un ser especial.
Pasaron unos cuantos minutos. Los
castores aun tomados de la mano dieron unos pasos adelante al ver que el hombre
despertaba de su profundo sueño.
-
Mira al hombre – expresó el castor – está radiante
de felicidad. Su rostro ya no es el de hace un tiempo atrás.
-
Es cierto. No lo había visto manifestar una
sonrisa tan radiante.
-
¿Escuchaste eso? ¡La llamó carne de su carne y
hueso de sus huesos!
-
Pudo haber sido más poético, ¿no? – dijo la
castora haciendo una leve mueca.
-
Si, pudo serlo. Ahora la ha llamado “mujer.”
-
“Mujer… mujer.” Suena como sinónimo de belleza sin
igual.
-
Ojala el hombre nunca olvide eso. Espero que
sepa valorarla y admirarla de tal manera que ella nunca se sienta infeliz ni
abandonada. Que viva por ella y para ella y que jamás de los jamases se atreva
a herirla ni lastimarla.
-
Tienes toda la razón. Deseo que siempre se
dirija a ella con respeto y entienda que no fue sacada de sus pies, para no
estar encima de ella. Que no fue sacada de su cabeza para que no esté debajo de
ella. Sino que fue sustraída de su costilla para estar a la par de él.
-
Que la ame como ella se merece y que le brinde
cada día el mejor de sus sentimientos.
Los castores se fundieron en un
abrazo emotivo, sintiéndose privilegiados al ser testigos del evento que
engalanó la creación. El nacimiento del ser que de lejos se convirtió en la
mejor creación de Dios.
Por Ariel Sierra Casanova